Seguidores

martes, 22 de septiembre de 2009

Los abuelos.

Los abuelos




La foto que ilustra esta entrada se la he pedido prestada a mí amiga Victoria de su blog: "Los recuerdos de los abuelos".


Los abuelos
______________________________________
_______________________________
_______________________



 
Cada vez que veo en televisión reportajes sobre los ancianos, me viene a la memoria el recuerdo de mi abuelo Valeriano. Siempre le veo sonriente. Campechano. Amigo de bromas. Y recuerdo que como el, en aquella época, había muchos. Los veías en las casas con sus hijos en continuo trato con los nietos. Nadie se cuestionaba si la compañía de los abuelos era buena o mala para ellos, porque todos sabían que los abuelos eran insustituibles en el corazón de todos y cada uno de sus nietos.


Mi abuelo era zapatero. Lo mismo que lo fueron sus hijos, mis tíos. En aquellos tiempos, la gente no iba a comprarse zapatos a las zapaterías. Se los hacían. Era lo que hoy se dice como una alabanza... "personalizados". Recuerdo cuando iba a su casa, el olor del "cerote"; como hacía los cabos encerados con el. Las hormas, las cuchillas... y su charla, amena y simpática. Recuerdo que le llevaban los zapatos y botas para que los ahormara porque les apretaban o les rozaban o se le habían deformado porque llevaban mucho tiempo sin ponérselos. Mi abuelo los metía en la horma, los tenía allí tres o cuatro días y como nuevos.


Si, quería hablar de mi abuelo Valeriano. Y sin darme cuenta, se me van los recuerdos por otro sitio; pero bueno, al fin y al cabo, recordar todo esto, también es recordar a mi abuelo: Y desde luego, recordar lo mucho que le queríamos todos en casa. Con esto no voy a descubrir nada nuevo, porque todos aquellos que en su casa hayan convivido con su abuelo o abuela, saben que esto es algo tan normal, que a veces, se nos olvida. Y es una pena, porque la verdad es que los abuelos han sido siempre los amigos, los cómplices, los maestros, los bancos, -porque siempre los sacábamos alguna "perra"- los que nos iban enseñando poco a poco las cosas de la vida. Hoy existe una profesión nueva. Los "cuenta cuentos", pero eso ya era viejo en nuestra época, porque nuestros abuelos eran los mejores "cuenta cuentos" que nadie se pueda imaginar jamás. Hoy, lo triste es que ya los abuelos tienen muy poco roce con sus nietos. La mayoría están en las residencias. Lo que ocurre es que sus hijos te dicen lo bien que están allí y uno llega a pensar si de verdad lo creen. Porque uno cree que los abuelitos donde mejor deberían estar, es con sus nietos y con sus hijos. Enseñando todo eso que les costó una vida entera aprender. Su experiencia.


Pero claro, hay muchos que creen que donde mejor están es en las residencias. Si. Porque muchas veces los niños los dan mucha tabarra. No los dejan en paz, los agobian, les dan la lata, no los dejan descansar... ¬¡pobres abuelos! Claro que todo eso es porque no se les pregunta a ellos. Ni a los niños. Ni los unos ni los otros tienen voz ni voto a la hora de decidir lo que se debe hacer con los abuelos. Y es una pena. Se pierde un gran potencial humano que además es desinteresado. Y se pierde, sobre todo, esa capacidad de cariño que siempre han tenido los abuelos y algo no menos importante: se pierde toda esa experiencia tan enriquecedora que los nietos encuentran en el trato con ellos.


Siempre he pensado que es muy triste ver en la tele todas esas mal llamadas residencias donde los pobres viejos vegetan. Donde no hay para ellos ningún aliciente Donde casi nunca ven a sus hijos y mucho menos aún a sus nietos. Unos lugares donde los tratan como trastos viejos que no tienen ninguna utilidad, pero, por lo visto, les es rentable. Se me revuelven las entrañas. Y me acuerdo de mi abuelo. Tío Valeriano "Peseta". El zapatero. El que luego fuera durante mucho años, el portero de un cine que había en mí pueblo llamado Cine Jiménez. Recuerdo en una ocasión, que por unas obras en una residencia, se llevaron unos cuantos ancianos a un colegio de niños. No olvidaré nunca, como los padres de los niños protestaban porque sus hijos convivían con los pobres viejos. Como si tuvieran alguna enfermedad contagiosa, como si estuvieran apestados. Dando mil y una razones para justificar su queja delante de las cámaras de la televisión.



(Y viéndolos, yo me acordaba de mi abuelo. De lo bien que nos lo pasábamos cuando se quedaba a dormir en mi casa y nos acostábamos con el. Y nos contaba cuentos. Y nos regañaba cuando le decíamos las fechorías que habíamos hecho ese día. Porque sin que nunca haya sabido el porqué, a mi abuelo siempre le contábamos las cosas que hacíamos y que no le contábamos a nuestros padres. El se reía y siempre guardaba nuestros secretos. Quizás por eso le queríamos tanto. Era para nosotros como un amigo más con el que compartíamos todo y que siempre nos entendía e incluso nos alentaba un poco.)


También, es cierto, he visto no hace mucho en televisión la escena contraria; Un colegio de niños pequeños tuvo la iniciativa de llevar a sus alumnos a pasar el día a una residencia, para que los niños convivieran con los abuelos. Se les veía felices. Lo mismo a los niños que a los ancianos. Los niños cuidaban de los abuelos y los abuelos cuidaban de los niños. Como siempre ha sido, no han descubierto nada nuevo, pero al menos, lo han puesto de manifiesto también ante las cámaras de la televisión. Ojalá cunda el ejemplo. Ojalá podamos seguir viendo a los niños disfrutar con la compañía de unos cariñosos abuelos... aunque no sean los suyos. Sabemos que hoy las cosas no son como eran antiguamente, pero los niños y los ancianos sí son lo mismo que entonces. Tanto los unos como los otros siguen necesitados de amor. De afecto y experiencia los niños. Y de afecto y compañía los abuelos.


Recuerdo que cuando yo era niño, mi madre nos contaba la historia del hombre que llevaba a su padre cargado a las espaldas, camino del asilo -entonces eran asilos en vez de residencias- y cansado de la carga se detuvo a descansar sobre una gran roca que sobresalía al lado del camino. El anciano suspiró y dijo: Aquí también paré a descansar yo cuando llevé a mi padre al asilo. Y se puso a llorar amargamente. ¿Le remordió la conciencia a su hijo? O tal vez pensó que eso mismo también le podía ocurrir a el un día mas o menos lejano, porque el también tenía hijos. La cuestión es, - decía mi madre, - que cargando de nuevo con su padre emprendió el camino de regreso a su casa, pensando que siempre habría un hueco donde tenerle y por supuesto, tampoco faltaría un plato de comida para el pobre anciano.


¬¡Lecciones te da la vida! Lástima que hoy ya no se lleva a los padres como se llevaban entonces, cargados a las espaldas... y los coches no paran a descansar.












Lo escribí hace siete años, en el 2.002 pero creo que esto siempre está y estará vigente, porque el trato dado a los ancianos creo sinceramente que va a peor. Y lo siento porque  recuerdos como estos míos debe de haber mucha gente que los tenga... ¿no es verdad? Pensemos en ello.