A veces recuerdo cosas de mí niñez. No siempre son cosas alegres. Pero si no alegres, en la mayoría de las ocasiones si que son muy reconfortantes y entrañables. Las viejas calles empedradas de Serradilla, -ya desaparecidas, ahora están cubiertas por una capa de cemento que no me gusta nada- guardan en sus escondidos rincones tantos sueños infantiles... tantas aventuras de aquellos años de mí niñez que sin querer se acercan a mí mente, que pienso si quizás buscando cosas que suponemos mejores, no hemos ido dejándonos atrás lo auténticamente bueno. A veces recorro en mí mente las viejas calles; por desgracia, tengo que recorrerlas con mí pensamiento, puesto que recorrerlas físicamente, paso a paso, rincón por rincón como a mí me gustaría, reconozco que me resultaría muy difícil hacerlo las pocas veces que puedo venir a Serradilla, por falta de tiempo. Cosas de la vida moderna y sus prisas.
Pero las sigo viendo tal como eran entonces. Se que ya no son así. Se que aquellas calles empedradas -"enrollás" decíamos nosotros, porque se "enrollaban" con "rollos"- han dado paso a unas calles en las que el cemento ha enterrado los miles y miles de peonadas que el ayuntamiento daba en el invierno a los obreros del campo para paliar el hambre de muchas familias serradillanas en épocas en que no había otra cosa que llevarse a las manos. (Ni pan a la boca).
Aún así, como antes he dicho, las sigo viendo igual que entonces. Y recuerdo a sus gentes; el trajín incesante de los niños por las calles. La mujeres con sus "guardapieses" de colores, sus sayas negras, y el moño y el pañuelo sobre sus cabeza y la toquilla de lana (o pelerina, que también se llamaba así) sobre los hombros... ¡que cálidas eran!
Recuerdo su calor cuando de pequeño, mí madre me envolvía con ella. ¡Que plácida sensación!... parece como si ahora mismo, mientras escribo estas líneas, sintiera sobre mí piel su contacto cálido y suave.
No recuerdo el frío que a veces dejaba ateridos mis pobres pies descalzos. Solo recuerdo la suavidad de la toquilla de mí madre impregnada con el calor de su propio cuarpo. Y me pregunto si todo eso que hoy damos a nuestros hijos -calefacción, casas cómodas etc.etc.- es tan cálido como lo eran ayer esas toquillas de lana que llevaban nuestras madres.
Mí respuesta, tristemente es que no. Las casas serán mas calientes, las comodidades serán mayores, pero ese calor personal que nos proporcionaba la toquilla de nuestra madre es insustituible.
No estoy diciendo que no me gusten todas esas cosas nuevas. ¡Oh no! ¡al contrario! Son logros que hemos ido consiguiendo con nuestro trabajo y esfuerzo a lo largo de toda nuestra vida y es lógico que nos guste y lo disfrutemos. Esto no es óbice, para que yo añore el contacto sobre mí piel de la lana, tibia por el calor de mí madre, tibia por todo el calor que su cariño nos transmitía. El pobre calor de una toquilla de lana que llevaba dentro todo el calor de su cariño. El pobre calor de una toquilla de lana que ella, generosa, -.como todas las madres- ofrecía a todos y cada uno de sus hijos cuando lo necesitaban.
Estas son algunas de las cosas que recuerdo de mí niñez. Acaso sean tristes en muchas ocasiones. Pero como decía al principio... reconfortantes. Si. Siempre son reconfortantes. Cuando pienso en ellas, siento en mí corazón un suave calor... un calor como aquel que me transmitía la vieja toquilla de mí madre... algo que me llena, que me reconforta, algo que nunca me darán los cálidos radiadores que alejan el frío del invierno en mí casa. Estos dan calor a mí cuerpo. Aquella -hoy lo se- daba calor también a mí alma.
Una simple toquilla de lana. Un simple recuerdo. Y sin embargo... ¡cuanto amor hay en ambas cosas! solo aquell@s que siendo niñ@s sintieron sobre su piel esa cálida suavidad de una toquilla de lana, podrán entender mis pensamientos. A pesar de todo, creo que fuí un niño privilegiado. A pesar del frío y los pies descalzos, en muchas ocasiones... estoy seguro de haber sido afortunado. Habrá mas de un@ que no lo entienda. Que se ría de estos comentarios. No me importa. Yo se que a veces se pueden añorar las cosas tristes. Esta puede ser una de ellas. Hoy, tal vez los niños no pasen frío. Ni anden descalzos por las calles como andábamos nosotros. Pero, quizás sin ellos enterarse, se están perdiendo algo tan bonito y tan grande como es el calor materno. Es lógico. Los adelantos modernos les dan una vida tan cómoda, que quizás, como he dicho antes, sin ellos saberlo, puede privarles de algo tan simple y sencillo como es el necesitar de vez en cuando el calor de su madre. Directamente sobre su piel. Sobre su corazón. Sobre su alma.
¿Será por eso que ya no llevan las mujeres sobre sus hombros aquellas suavísimas toquillas de lana?
Como no he encontrado en la red ninguna foto que me guste de alguna toquilla, os he traido esta. Es una perspectiva de Serradilla. (Por la cosa de hacer Patria ¿vale?).
PD. Esta foto la he tomado de la página serradillana Serradilla.com de Carlos Bravo.