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lunes, 14 de diciembre de 2009

La Gloria

La Gloria puede ser para mí... contemplar la Cruz del Siglo y su entorno... ¡pero hoy no!
La gloria para mi puede ser... dormir la siesta bajo la sombra  de estas encinas... ¡hoy no!                           

La Gloria puedo sentirla cada vez que veo desde lo alto de la sierra las casitas blancas de Serradilla... ¡pero hoy tampoco es esta Gloria!










La gloria según dijo J. Roux:

La gloria a menudo no es mas que un rumor que nace no se sabe como, y persiste no se sabe por qué.

Según Honoré de Balzac:

La gloria, como el sol, aparece cálida y luminosa a distancia; pero si se acerca es fría como las profundidades de un abismo.

Tampoco es esta la Gloria que os quiero traer hoy. Hoy quiero traeros una Gloria cálida y sencilla, sin alharacas ni falsos brillos. La Gloria de andar por casa. Y se la quiero dedicar a dos hombres a los que no conocí, pero a los que he conocido a traves de la nieta de uno y la hija del otro (a las que personálmente no conozco tampoco) que teniendo su corazón lleno de amor por ellos han publicado ambas en sus blogs algunos de los poemas escritos por sus progenitores. Sus nombres son Raul Fumero Fumero y Roberto Rubio "Carracho".
Una es mí amiga Victoria Fumero, del blog: http://vfumeromesa.blogspot.com/ 

La otra, también amiga, es Esther Rubio (Carrachina) del blog: http://lacpulaverde.blogspot.com/
Si no las conoceis podeis visitarlas en estos blogs y yo os aseguro que aquello os gustará.  

¿Que en esto que os cuento no hay nada de Gloria?...  ¡no! teneis razón. Pero yo quiero dedicárselo precisamente por eso. Porque fueron dos hombres sencillos que dejaron en el corazón de sus hijas lo que ellos tal vez no tuvieron en vida: La Gloria. Lo entenderéis. Dejadme que os diga que todas las noches después de acostarme suelo leer en la cama durante el tiempo que -unas veces mas y otras menos- el sueño tarda en venir en mí busca y me sumerjo en el mundo de Morfeo.
Anoche empecé a leer un libro de esos que se encuadernan a base de revistas. Este es del año 1926 , la revista es Lecturas del mes de Abril de ese año. Como diría un castizo... ¡ahí es ná!



La Gloria presidiendo la Glorieta de Cádiz en Madrid

Y esto es lo que leí.

La Gloria.
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¡La Gloria! ¡La gloria! Yo la he visto, si se puede ver lo que deslumbra y ciega. Si la luz de las estrellas se puede tocar... yo la he tocado. Si es una música dulce que envuelve al alma en la ventura de unas armonías celestiáles, yo la he oído.
¿Que como fué? ¿Donde? No importa donde. ¿queréis que sea en una población cualquiera de poca importancia? Pues bueno...  pues allí fué.
Nadie lo ha sabido, ni allí mismo, y sin embargo, todos (bien pocos por cierto) cuantos por distinto camino llegan a la cumbre de la gloria, tendrían que envidiar en mí... Los emperadores al último vasallo; los genios del arte al peor de los discípulos; los grandes de la tierra mí pequeñez; los ricos poderosos mí chaqué raido y mis botas rotas, y todos tal vez aquella Gloria que yo no cambiaría por la gloria de todos ellos juntos.
Tenía yo entonces unos pocos años, quitados de los pocos que ahora tengo, y un padre anciano, amante, noble y bueno que no volveré a tener jamás.
Mis aficiones me habían llevado desde muy niño a cultivar el trato de las musas. Tuerto en un país donde, de tan aburridos, ni siquiera los ciegos quieren echar el tiempo a coplas, cobré en poco tiempo cierta fama de poeta, que fué la que tuvo toda la culpa de que perpetrara cosas de mas vuelo que tres o cuatro palmos de quintillas publicadas en las columnas de los periódicos de la localidad.
Me llamó Talía, o tal vez quise yo ir sin que me llamara, y escribí una obra en dos actos, que veréis por qué y como me valió esa Gloria que por todas las glorias juntas no cambiaría.


La noche aquella (la noche en que se estrenaba mí obra) estaba el teatro lleno, como se había visto muy pocas veces.
Allí no hay público de estrenos, porque no hay estrenos para el público, y convencida por experiencia la gente de que no tiene otro remedio que juntarse con malas compañías, va al teatro por ir, sin la esperanza de ver apenas nada que merezca verse, los pocos días que, fuera de la temporada oficial de la feria, abre el elegante Coliseo sus puertas.
Aquella noche, sin embargo, había en el teatro caras que no eran las de siempre, atraidas  sino por mí fama (que, aun siendo todo relativo, no era para tanto), por la novedad del estreno al menos, y hasta en las primeras filas de butacas había gente de la prensa dispuesta a tomar notas.
Algo me inquietaba al ver aquella extraordinaria animación, pero confieso que no sentía antes de alzarse el telón las angustias de un día de estreno.
Se alzó el telón y el público escuchó con religioso silencio las primeras escenas. Yo, oficiando de traspunte voluntario, dando avisos a los tramoyistas, hasta metiéndome en la concha del apuntador, que se había dejado la voz no se donde veía al pronto todo aquello como cosa de otro; pero los pequeños contratiempos, el mismo trajín, el silencio frío del público primero, el primer aplauso después, fueron despertando en mí esa fiebre nerviosa que ni los autores viejos dejan de sentir.
Poco a poco se fué en el teatro caldeando la atmósfera y con el entusiamo del público fué creciendo mí fiebre, hasta el punto de que al cambiar alguna sílaba los actores yo crispaba los puños, hundiendo los pies en las tablas, y al escuchar cada nuevo aplauso mas nutrido y mas prolongado me daba el corazón unos saltos mas grandes y me latían las sienes con mucha mas fuerza.
La ola de los aplausos fue creciendo, creciendo, y al finalizar el acto ya interrumpía el público a los actores llamando con insistencia al autor.
Llegaba para mí ese momento que solo puede llegar una vez en la vida...
Sujeto a unas manos que apretaron las mías en el foro, avancé automáticamente hacía el público entre el ruido atronador de aquella tempestad de aplausos.
Busqué con los ojos a los seres queridos de mí alma para dedicarles en una mirada toda aquella dicha que envuelta en aplausos  me mandaba el publico... y entonces... entonces fué...
Porque allí, entre los míos, en el fondo del palco avanzando silenciosamente hacia el escenario, vi aquella cabecita blanca, la cabecita blanca de mí padre, que con la boca abierta, estirando el cuello, me miraba anhelante.
Y por sus mejillas vi yo rodar el llanto, y en aquellas lágrimas que vi rodar yo entonces por su mejilla, fué donde vi la luz de aquella Gloria que no cambiaría hoy por todas las glorias de la tierra.



El autor de esta historia que me enterneció hasta hacerme llorar, se llama o se llamó, porque no se si vive aún, Marcial de los Rios. 









FELIZ NAVIDAD Y UN AÑO 2.010  CARGADO CON TODOS ESOS SUEÑOS QUE NO SE  HAN CUMPLIDO A LO LARGO DE NUESTRA VIDA