Seguidores

martes, 16 de febrero de 2010

Recordando a mí tierra


Recordando a mi tierra



___________________________________________
_____________________________________
_____________________________




En aquellos montes de viejas encinas
que pueblan la tierra donde yo nací,
entre verdes valles, suaves colinas
y alegres arroyos amados por mi,
viven encerrados recuerdos hermosos,
grandes aventuras, sueños caprichosos.
Aromas de flores con sueños de amor.
Recuerdos soñados con tanta dulzura
que llenan el alma de un dulce sabor,
porque las vivimos con tanta ternura,
que dejaron posos en el corazón
de bella armonía, de luz, de ilusión.
Esos juncos verdes cubriendo la orilla
del pequeño arroyo de agua cristalina,
eran el descanso de nuestra cuadrilla.
A la sombra grande de la vieja encina
bajo el sol ardiente nos daban frescor
y el rumor del agua un dulce sopor.
Y a la sombra grande de la vieja encina,
llegaba el descanso aún sin darnos cuenta.
El rumor del agua limpia, cristalina,
sonando incansable, y el sol que calienta...
Se paraba el juego y la misma vida
se quedaba mansa, como detenida.
Que tardes aquellas... y que lindas siestas;
que dulces, que frescas, que sabor tenían.
Eran el preludio que antes de las fiestas
los días de Agosto ya nos ofrecían.
Y poquito a poco se estaba notando
que acortaba el día e iba refrescando.
Y allá en el Ejido junto al viejo charco
y entre las hacinas... siempre trajinando,
se ven labradores. Como un viejo barco,
subidos al trillo girando y girando
detrás de las yuntas, cantando sin gana
para echar del cuerpo la "perra" galbana.
Ya no queda mucho. Las eras se acaban.
la mies recogida que el "sobrado" llena
es el pan sabroso que esperando estaban.
Con ello se acaba la larga cadena
de duras labores, de sudor honrado,
que con ese grano... ¿queda compensado?
Y los chavalillos jugando en la era
subiéndose al trillo con algarabía,
bajo la mirada a veces severa
del hombre que trilla; había alegría
brillando en sus ojos. Cuando era pequeño...
¡el también lo hacia! se dice risueño.
Serán el mañana; la sana esperanza
de que las paneras del viejo "sobrado"
seguirán repletas con tanta pujanza
y el mismo cariño con que se han llenado
un año tras otro hace muchos años;
trabajando duro, con muchos redaños.
Eso le enseñaron sus padres a el;
y eso le dejaron cuando se murieron:
Trabajar con ganas dejando la piel,
criar a los hijos como ellos lo hicieron.
Ser justo y honrado... un hombre de bien.
Y amigo de todos... ¡de rezar también!
Por eso sonríe cuando mira a un niño.
Porque es el reflejo de sus ilusiones;
por eso los trata con tanto cariño
y los sube al trillo. Bonitas lecciones
para los chavales, que un día ser n
el nuevo relevo que almacene el pan.
Ya llegan las fiestas. Se nota el ambiente.
El pueblo está lleno hasta rebosar.
Es tanto el cariño de esta buena gente,
que vienen gozosos aquí a disfrutar
un año tras otro. Las penas al aire.
Al Santo bendito... ¿quien le hace un desaire?
Vienen vendedores con mil chucherías.
Caramelos, dulces, piñones, turrón;
y venden juguetes y mil monerías
que compran los niños con gran ilusión.
Una vez al año, pueden derrochar
lo que en todo el año supieron guardar.
Dura era la vida de los campesinos.
Trabajar sin tasa sin saber siquiera
si querrá la tierra o acaso el destino
que llueva o que nieve, mientras el espera
que pasen los meses viendo como grana
la siembra que luego será pan mañana.
Y por eso rezan todas estas gentes.
Son gentes humildes que van poco a misa
y a pesar de todo, son los mas creyentes,
porque van cumpliendo de forma precisa
todos los preceptos que manda el Señor
sin ninguna duda que mengüe su amor.
Y en aquella sierra que el pueblo, celosa,
protege con mimo como madre buena,
está en lo mas alto mirando amorosa
una cruz de piedra. Cosa mas serena
no se encontrará; igual que un gigante
nuestra cruz del siglo está vigilante.


Todas estas cosas, están escondidas
entre las encinas. En aquellas tierras
de lomas suaves, de vegas queridas,
que vieron un día de niños las guerras
y las dulces siestas bajo las encinas
y correr las aguas limpias, cristalinas...


Así era mi tierra y así eran sus gentes;
atentas, amables, siempre cariñosas
y siempre ayudando... siempre diligentes;
pero el tiempo a veces... ¿no cambia las cosas?
Pensando todo esto, hoy he recordado
una redondilla de Antonio Machado:
( ¿Siglo nuevo? ¿Todavía
llamea la misma fragua?
¿corre todavía el agua
por los cauces que tenía? )

Quisiera decir que si.
Que todo sigue lo mismo.
Pero sería cinismo
decir una cosa así.
Los años pasan veloces
y el campo se va dejando,
pues la gente va buscando
lo que le ofrecen mil voces.
Y a mi me da mucha pena.
Por mi tierra y por sus gentes.
Ellos que fueron valientes
para la lucha serena,
no pueden hacerle frente
al hambre, que traicionera,
acecha de una manera
que los hunde tristemente.
Los campos se van secando
y el pueblo se ve vacío.
Triste sino, pueblo mío...
¡que solo te vas quedando!
Porque los niños que ayer
vimos las parvas trillar,
nos hemos ido a luchar
a otros sitios, para ver
si esa comida negada
en esta tierra que amamos,
con nuestro sudor la hallamos
lejos de la tierra amada.
Triste sino, de verdad.
Dejar el hogar querido
para buscar otro nido...
¿no es una calamidad?.
Y aquellas viejas encinas
con sus sombras amorosas...
y las siestas peregrinas,
son como todas las cosas...
Cosas de ayer... ¿olvidadas?
¡OH no! No. A pesar de estar ausentes,
estarán siempre presentes.
Estas cosas tan amadas...
de verdad... ¡siempre serán recordadas!


Hemos llegado otra vez a un punto en el que la gente de mí tierra tiene que salir otra vez en busca de sustento fuera de ella. Lo triste es que hoy ni siquiera queda el consuelo de poderlo encontrarlo lejos de ella como sucedía antaño.


Cuando digo gente de mí tierra, no me refiro solo a la de Extremadura. Todos los españoles son "gente de mí tierra".